En el corazón de la noche*
Uno de los pueblos nativos más grandes de América del Norte fue el de los Ojibwa. Se distribuyeron en proporciones similares entre Canadá y Estados Unidos y se instalaron en la desembocadura del Lago Superior.
Se dedicaban a la caza y a la pesca. Recogían arroz silvestre que crecía en abundancia sobre los ríos y los lagos, y recolectaban frutos silvestres en los bosques de la región. Desarrollaron una forma de escritura pictórica registrada en rocas y en rollos de corteza de abedul y, con esas mismas cortezas construyeron sus casas, utensilios y canoas.
Las tribus vecinas los llamaban "o-jib-i-weg" que significa "los que hacen pictogramas". Los pictogramas los empleaban como medio de comunicación y recurso nemotécnico para usar en sus ceremonias y rituales. Ellos se llamaban a sí mismos "an-isk-in-aub-ag" ("hombres espontáneos"), y durante el invierno se reunían alrededor del fuego para celebrar sus veladas que consistían en prescindir de cualquier trabajo que les cansara la vista.
Su existencia se me confunde con George Shiras (1859-1942) que, entre otras cosas, fue un cazador asiduo al bosque y a las aguas del Lago Superior.
Por las noches vagabundeaba por el lago con su bote y con su escopeta en mano. Se detenía en una orilla y esperaba la calma del agua en silencio. Llegada la calma, aparecían un reno, un alce, un leopardo u otros animales del bosque. Así pasaba las noches, alternando disparos con sonidos silvestres.
Según los Ojibwa, en la noche del bosque se siente la presencia de un espíritu gigante. También se dice que en el último destello de vida se siente un íntimo cuchillo en la garganta y que en los ojos del que muere aparece una luz cegadora. Shiras buscó su iluminación en la última mirada de los animales. Primero con una escopeta y después con una cámara fotográfica. Con el paso del tiempo se dio cuenta de que esa sensación que le producía la caza era fugaz y que ese brillo en las miradas se le opacaba por dentro. Entendió que esa luz pertenecía a otro lugar. No estaba en otro lago u otro bosque, sino en otra dimensión.
Por las noches siguió deteniendo su bote, buscando la calma del agua y esperando que algo o alguien se acercara. Imitó una técnica de caza que aprendió de los Ojibwa. Consistía en colocar una cacerola en la parte delantera de una canoa y en su interior encender fuego. El resplandor hacía posible distinguir al animal, cuya atención era atrapada por las llamas, logrando que se quedara quieto y expectante. El cazador, mientras tanto, miraba desde la oscuridad de la proa y apuntaba entre los ojos del animal, que reflejaban las llamas y se destacaban como dos faros brillantes en la noche. Shiras reemplazó al fuego por una lámpara de querosene y un flash fotográfico.
De los Ojibwa tomó otra técnica de caza donde un dispositivo hecho con ramas y cuerdas suspendidas funcionaba como trampa. Cuando un animal la tocaba, se disparaba la cámara y se activaba en simultáneo el flash haciendo retratos.
Algunos investigadores sostienen que el artista actual evoca con cierta nostalgia al hombre de las cavernas y a sus bisontes retratados. Para ellos, las pinturas rupestres y sus pintores se complementaban con la labor del cazador ya que sin la representación del animal, la cacería no existía. Antes de apresar al animal, necesitaban su imagen como objeto de estudio para precisar sus posturas, movimientos y actitudes.
Consultando sobre las cuevas de Altamira y de Niaux, encontré un texto en el que Teilhard de Chardin nos invita a penetrar "en la conciencia, no solamente reflexiva, sino desbordante de sí misma, de seres desaparecidos, cuando percibimos en los artistas de esta edad lejana... la perfección del movimiento y las siluetas, el imprevisible juego de los relieves ornamentales, el sentido de la observación, el gusto por la fantasía, la alegría de crear". Para Teilhard, al estar frente a esas pinturas del hombre paleolítico "lo que descubrimos verdaderamente es nuestra propia infancia, nos descubrimos a nosotros mismos", porque advertimos "las mismas aspiraciones en el fondo de las almas".
Fotos 2 y 3: Archivo de National Geographic, George Shiras, 1902 y 1909 respectivamente.
*Texto publicado en Resentidos, fanzine de Mario Bocchicchio y Sergio Subero, 2017.