Una cartografía reunida*

Cuando intento recordar con precisión alguna película de Pablo Marín siento como si todo lo que me rodea se llenara de una neblina espesa hasta alcanzar el interior de mi cabeza. Me pierdo. Puedo identificar con facilidad ciertos rasgos –una imagen, una situación, la luz de una siesta– y además logro asociarlos y disponerlos a cada uno en su correspondiente película. Pero con eso no alcanza: hay que mirarlas una vez y otra para armar un rompecabezas que, ya terminado, me devuelve la imagen de otro rompecabezas con sus piezas desparramadas. No hay huella que me lleve atrás y que me permita llegar al fondo.
Entonces empiezo a considerar que una opción conveniente es entrar en su filmografía por cualquier parte y que esa parte deberá funcionar como un mapa posible hacia cualquier dirección. Cada parte funciona como la totalidad, cada una de ellas será la pieza fundamental del rompecabezas que, no obstante, tendrá infinitas dimensiones. Pero no hay que confundirse: esta mezcla y este supuesto andar a la deriva “sin ton ni son” no implican la llegada a un destino, sino el fluir en sí del camino que se recorre. Si me pierdo, pierdo el yo. Si yo me pierdo, gano el conocimiento. Pablo es conciente de que para que este método funcione (que no es otra cosa que su propia vida) es necesario actuar con lucidez en medio del torbellino; que lo importante no es responder a todos los interrogantes que se presentan sino que se puede acceder a una confusión más lúcida mediante la complicación de esos mismos interrogantes.

A mi desconcierto anterior hay que sumarle que no sólo en la velocidad de su producción es donde habría que detenerse, sino en la combinación de diversidad y proliferación. En la incertidumbre de no saber cómo o dónde será su próximo paso. Así, sus películas quedan inaprensibles, se escapan en cada parpadeo. Quedan libres. Y esto quiere decir que el cine, para él, es una casa que prefiere habitar solo. Cine es tanto hacer como ver como oír o como hacer los mandados. En él reside su forma de pensar, de jugar, de dejar una experiencia: ya no se trata de ser original, sino de ser todo lo sincero que se pueda. A pesar de la imprecisión que me genera pensar en sus películas, estoy convencido de que su próximo golpe –lo que vendrá– no será una pirueta en el trampolín, sino un salto mortal hacia el abismo.

*Texto para programa de mano de Correspondencia reunida 2010-2011, Películas de Pablo Marín)

Octubre, 2011.
Sergio Subero