23 de octubre de 2009, viernes.


El sábado pasado, en el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, se hizo el Home movie day de cada año. Una señora, de unos setenta años de edad, se acercó junto a su hija con un carrete de película 16 mm.
En la pantalla aparecieron la señora y su hermano cuando eran chicos. Caminaban por el patio de la casa, corrían, aparecían y desaparecían de acuerdo a cada juego. Otro día, más tranquila, jugaba a lavar la ropa con la tabla de madera y sonreía mirando a cámara. Detrás del artefacto el padre los registraba.
La señora hacía más de cincuenta años que no volvía a verse en ese material, que no volvía a ver su casa de la infancia, a su hermano, la voz de su padre y las ausencias. Intento imaginar cómo pudo asimilar el shock provocado por la película; quiero saber qué sintió en aquella sala oscura. Me viene a la mente el cuento El cautivo de Borges, donde un hombre, luego de muchos años, regresa a la casa de su infancia en Junín y debe reconocer el espacio, los objetos y a sus padres: "[...] yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa".